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Experimentación a fuego lento

La intensidad y rapidez de los laboratorios ciudadanos es una de sus características mas fascinantes. La concentración de personas diversas durante muchas horas en un mismo espacio posibilita encuentros imprevistos y dispara la creatividad, hace que las ideas y los conceptos salten de mesa en mesa, se mezclen, retrocedan, avancen y giren a lugares insospechados. Por otro lado, la exposición pública de los aprendizajes y fracasos del proceso, tensiona y motiva a los grupos llevando más allá los proyectos.

Cuando en marzo se decreta el estado de alarma entramos en estado de shock. No hemos vivido nunca el confinamiento y nuestra casa y el mundo en el que vivimos deja de ser un lugar conocido. Estamos asustadas y no sabemos cómo vivir en la nueva situación ni si queremos, podremos o sabremos continuar trabajando en este laboratorio.

Los carteles y folletos del ExperimentaLAV se convierten en papel para reciclar y su calendario en una burla. La pregunta podemos hacer un laboratorio sin lo tangible y sin encuentros físicos empieza a perseguirnos.

Y ante nuestro estupor, la dureza de la situación y la emergencia hacen que los barrios se conviertan en más laboratorio de lo que ya son habitualmente. Decidimos seguir y apostar por apoyar aquello que ya es.

Sin embargo, el parón de toda actividad más allá de lo esencial nos colocó ante el vacío. Cuando lo importante es alimentarse y seguir vivas un laboratorio ciudadano parece algo frívolo. Es difícil encontrar el tono para acercarte a quién está dándolo todo organizando bolsas de comida sin sentir que estás molestando. Es difícil explicar en esa excepcionalidad qué ofreces cuando no lo tienes claro.

Vínculos previos, silencio y experimentación

En estas semanas, en medio del ruido de las noticias y los rumores, los memes y las metáforas bélicas intentamos pararnos a escuchar. ¿Cómo comprender qué pasa en un territorio cuando ni lo habitas ni puedes acercarte a recorrerlo? ¿Cómo construir desde lo virtual un espacio de colaboración útil y con sentido cuando la necesidad está tan pegada a lo que tocas y se trata de ocuparse de la vecina de enfrente, de la escalera de tu edificio, de la familia y los afectos más cercanos? ¿Cómo apoyar la colaboración que ya existe sumando y no estorbando?

Aunque no tenemos todas las respuestas hemos identificado tres elementos clave que nos han permitido avanzar.

Los vínculos previos con algunas personas y colectivos de Villaverde han sido indispensables para darnos legitimidad a la hora de acercarnos, preguntar y proponer encuentros para ver si afloraban cuestiones que pudiéramos trabajar en común. El tejido social y comunitario previo ha sido esencial no solo para el desarrollo de ExperimentaLAV sino para articular de manera velocísima respuestas ciudadanas ágiles y sabias ante la emergencia.

Ante tanto ruido, permitirnos el silencio y los tiempos vacíos, el no saber, el desánimo. Hemos tenido reuniones de perdernos y preguntarnos qué demonios hacemos, si es útil, si sirve o cómo hacerlo todo. Hemos convivido con la tristeza, el miedo, el desánimo, la contradicción y hemos resistido la presión de la urgencia de la situación y del hacer rápido de los «labos» para permitir que poco a poco se fueran dibujando proyectos y líneas difusas desde las que tirar.

Nos salvó experimentar. Recordarnos a nosotras mismas que apostamos por la prueba. Aplicarnos a nosotras mismas y al proyecto ese hacer aunque no sepamos qué funcionará, arriesgarnos a errar y soltar el control para ver hasta dónde llegan las ideas y las ganas. Sin duda, ExperimentaLAV está siendo el laboratorio en el que más cerca estamos de hacer lo que decimos.